Ana Mancheño
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Tú, mi atardecer de otoño melancólico.
Añoro la seda de tu voz envolviéndome en el lado contrario de la cama
donde mi pelo, enredado en tus dedos, acariciaba la almohada.
Allí mismo, donde los besos silenciaron gritos de pasión del Alma.
Y fue en ese lugar, en ese instante, donde entendí lo salobre y amargo de mis lágrimas.
Donde supe que nunca, nunca más, habría silencios de miradas eternas,
ni besos robados en una alcoba solitaria, ni cuerpos ardientes de pasión,
sólo caricias del recuerdo sobre
la impecable almohada.
Ausencia del pasado en ese lado de la cama,
que sería presente en el atardecer del Alma.