Carlos Barranco
(I)
En un oscuro y solitario ambiente
se ve junto a una mesa, la silueta
casi desdibujada de un poeta
en actitud pasiva, displicente...
Con los ojos perdidos, con la frente
que de arrugas sin fin está repleta,
tiene el aspecto de un anacoreta
que vaga entre la sombra, indiferente.
Las manos temblorosas; el tranquilo
latir del corazón, el sosegado
ritmo que tiene su respiración,
todo hace suponer que está en el filo
de conseguir el sueño acariciado:
obtener la fecunda inspiración...!
(II)
Hay como un aletear de mariposas
que en el alma del bardo se amotina,
para logar la estrofa diamantina
con métricas y rimas primorosas.
Versos con la belleza de las rosas,
con la frescura de agua cristalina
o el dulce orfeón del pájaro que trina
una escala de notas prodigiosas.
Todo es propicio ya en el Universo.
Está casi en su punto la armonía
para que surja la canción completa...
Está casi naciendo un nuevo verso...
¡Está por concretarse la poesía
que brota desde el alma del poeta...!
(III)
Y en la aparente calma, de momento
hay como un torbellino impresionante...
En los ojos del bardo, en su semblante
hay un brillo anormal, es un portento:
Su amada Musa, viendo su tormento
le regaló la inspiración galante,
le cambió el panorama en un instante
y le inundó de luz el pensamiento.
El bardo-orfebre, entonces, (con la calma
que es para poder crear, imprescindible,
cuando el trabajo del artista empieza)
de ensueños colma y alimenta su alma,
e hilvanando lo ideal con lo posible:
¡Escribe un nuevo canto a la belleza!